“Habíamos comenzado bien. No sé qué nos pasó. Pero cada vez lo siento más lejos, ya casi no quiere hablar conmigo”. Así comenzó Marta su primera entrevista, cuando se decidió a buscar ayuda para su matrimonio.
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La gran mayoría de las parejas comienzan bien. El problema es cómo continuar bien. Casi diariamente hablo con alguna persona que está pasando por problemas en su relación matrimonial. Sólo de vez en cuando encuentro alguna pareja que es realmente feliz. ¿Qué es lo que hacen a diferencia de aquellas que no lo son? ¿Cómo lo han logrado?
A través de los años, en mi práctica profesional he observado ciertos elementos que contribuyen a la felicidad conyugal. No hay recetas mágicas. El asunto principal es que las parejas felices nunca consideran a su relación como algo ya terminado; constantemente trabajan para cultivarla. Son actitudes y disciplinas que terminan siendo buenos hábitos.
Muchas parejas se quejan de su situación marital, muchas más son las que cada tanto prometen trabajar más en eso, pero le siguen echando la culpa a la falta de tiempo, al cónyuge, a los hijos, los suegros, etcétera, etcétera. Pero si a la huerta nadie la trabaja, la huerta no dará verduras y se llenará de tantas malezas que nadie quena estar allí ni un momento. Un buen diagnóstico no termina con la enfermedad; hay que trabajar en la terapia. Tan claro como eso.
A continuación tenemos varias pautas de trabajo para avanzar considerablemente en la relación genuina de la pareja. Ellas no son la solución en sí mismas, pero sí constituyen la herramienta para buscarla eficazmente.
VOLVER AL NOVIAZGO
Las parejas saludables y felices con su matrimonio separan tiempo para estar juntos, para conversar y encontrarse el uno con el otro. Muchas parejas “se acompañan” solamente. Salen con sus hijos, van a la iglesia, se reúnen con amigos o parientes, pero quizás pasen semanas y aun meses sin estar juntos, solos. El comentario que Marta había hecho en el consultorio sobre el distanciamiento con su esposo tenía mucho de nostalgia. Ella lo comparaba con el tiempo de noviazgo, donde disfrutaba de la relación, precisamente porque separaban tiempo para conversar y planificar el futuro. Ocho años después, un lento e imperceptible proceso de alejamiento había ganado terreno porque la vorágine de las actividades había eliminado todos los momentos de estar juntos.
Las parejas que son felices hacen el tiempo. Se necesita mucho esfuerzo, pero lo hacen. Encuentran a alguien con quien dejar a los chicos mientras salen a conversar juntos para compartir lo que piensan y sienten. Una mesa de confitería, un banco de plaza, una caminata son cosas que no requieren de grandes gastos y son útiles a este fin.
EN EL OTRO
Las parejas realmente exitosas han logrado conocer lo que sucede en el corazón y en la mente de su pareja. Se escuchan para comprenderse, conversan y dialogan con el objetivo de entenderse mutuamente y no sólo para resolver el problema que los hizo conversar en el momento.
Muchas parejas, al discutir, sólo están tratando de que su argumento sea el más fuerte. A menudo, antes de que el otro termine de hablar, ya tienen su respuesta para retrucar. En otras, sólo uno es el que habla, como si estuviera jugando al tenis frente a un paredón.
Cierto tiempo atrás, un matrimonio que vino buscando ayuda comenzó a discutir como si fueran dos radios pendidos; cada uno emitiendo su programa, independiente de lo que el otro dijera.
Para aprender a escucharse un buen consejo es que cada uno hable por 10 minutos sin ser interrumpido. Al terminar éste, su pareja deberá explicar qué quiso decir, para comprobar qué entendió. Luego podrá tener él sus 10 minutos y expresar lo suyo y así sucesivamente. Este es un buen ejercicio para practicar y aprovechar. Una vez que se ha realizado unas tres o cuatro veces, la misma pareja comienza a tomarlo como método habitual para conversar.
Es preferible usar argumentos en primera persona, ser sinceros, expresar pensamientos y sentimientos sin agresiones ni echando culpas. Cuando señalamos explícitamente una culpa, la primera reacción de quien recibe la acusación es defenderse y yo más probable es que el problema se agrave.
Expresiones tales como “yo pienso”, ” a mí me parece”, “creo que”, “yo siento”, “considero”, y preguntas tales como “¿Qué opinas de…?” “¿Qué barias si…?”, “¿Qué te parece la…?” “¿Qué te gustaría que…?”, son buenas para usadas en todo diálogo porque dan importancia a la opinión del otro. Cualquiera se siente afirmado y estimado cuando valoramos y damos lugar a su opinión.
“TE AMO, QUERIDA”
Las palabras y los hechos son dos elementos importantes que tenemos para sembrar el bien en la pareja. Las buenas parejas se dicen “te amo”, “te quiero”, “me gustas”, etcétera cotidianamente. Para ellas es un hábito y los cónyuges nunca se cansan de escuchar esas expresiones; al contrario, las esperan. Todos necesitan sentirse valorados y queridos, y es en la pareja donde debemos dar y recibir esto. Un esposo sabio desarrolla tres excelentes hábitos para hacer cada día: decirle a su esposa que la ama, mostrárselo con un hecho y encontrar algo que la esposa es o ha hecho para agradecérselo.
Así como San Pablo no se cansaba de repetir ciertas afirmaciones a los creyentes, porque creía que al hacerlo les ayudaría a recordar la verdad de lo que ellos ya eran (”porque habéis sido elegidos”, “llamados” “hijos de Dios”), el repetir expresiones de amor juega un papel importantísimo en el diario vivir.
“TÓCAME, POR FAVOR”
La “depresión anaclítica” es una enfermedad descrita por el Dr. Rene Spitz y demuestra que la falta de afecto y contacto físico de la madre hacia el niño recién nacido desembocan en un cuadro que puede llegar a la muerte. Hay muchos cónyuges enfermos o deprimidos por falta de contacto físico con sus parejas. Los abrazos, besos y caricias, sin necesidad de que sean hechos buscando relaciones sexuales, hacen fuerte y segura a la pareja. Es lamentable ver en algunas parejas que el afecto físico sólo se expresa cuando se busca la relación sexual. Y de esta forma, también terminan boicoteando su escaso tiempo sexual.
Para la sorpresa de muchos, las mujeres tienden a recibir mayor contacto físico que lo que dan a sus maridos, lo que resulta en una carencia en la vida de muchos esposos. Esto ocurre generalmente por la forma diferente en que expresan la sexualidad los hombres y las mujeres. Los abrazos y las caricias no son patrimonio de un solo cónyuge sino que ambos deben darlas y recibirlas.
“DELEITATE CON LA MUJER DE TU JUVENTUD”
Diversos estudios demuestran que aun en las buenas parejas hay una gran variedad de frecuencia sexual, ya que eso depende del ritmo individual. Sin embargo, todos estos matrimonios saludables cultivan y disfrutan una unión regular, a pesar de sus diferencias en la expresión sexual. La tan mentada revolución sexual, con el incremento de la pornografía en las revistas, el cine y la televisión, sólo ha deformado y prejuiciado lo hermoso del sexo, esa sublime creación de Dios para el matrimonio. Y uno de los propósitos del matrimonio es satisfacer los necesidades sexuales de ambos cónyuges.
Las mujeres sexualmente satisfechas han aprendido a separar tiempo para la actividad sexual, dándole su debida importancia. Han aprendido a compartir sus sentimientos con su esposo. Por su parte, los esposos sabios saben que, para la mujer, todo lo que ha ocurrido en el día es importante para su preparación sexual: el beso a la mañana, el piropo, el llamado telefónico expresando cariño, etcétera. Esas pequeñas cosas tales como el haberse duchado, cepillado los dientes y afeitado hacen una diferencia notable. Toda pareja debería conversar sobre el tipo y la forma en que están teniendo sus relaciones sexuales. Cuáles son las cosas que les gustan y cuáles las que perturban. El sexo, dentro del matrimonio, es un aprendizaje mutuo, y “desnudar” los sentimientos y los gustos sobre esos momentos suele costar más que desnudar el mero cuerpo.
EL PACTO DE SER “UNA SOLA COSA”
El matrimonio que se casa delante de Dios pacta con un “hasta que la muerte nos separe”. Muchos se casan sin la idea de lo que esto représenla y frente a las primeras tormentas quieren abandonar el barco en el primer muelle que aparezca. En los matrimonios que fracasan encuentro un individualismo muy marcado, trágicamente descripto por Fritz Perls cuando dice: “Yo hago lo mío y tú lo tuyo. Yo no estoy en este mundo para vivir en función de tus expectativas y tú no estás aquí para vivir por las mías”.
El texto de Mateo 19.6 nos dice: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; lo que Dios juntó no lo separe el hombre”. Se crea un sentido de pertenencia que va más allá de lo accesorio; es pertenecerse en esencia. Esto es un misterio que sólo puede compararse al misterio del pacto de Dios con su pueblo, donde El ama “a pesar de”, aceptándonos tal como somos. Como dice Walter Trobisch, “Este es el misterio del amor, su grandeza y su dificultad.”
ASUMIR LO PROPIO
Un parásito vive de su compañero, pero a la vez lo destruye.
Cuando las dos personas asumen igual responsabilidad y aceptan lo que la situación les exige, las parejas tienden a crecer y desarrollarse en amor y respeto. Aun en las pruebas, saben que son dos luchando hombro a hombro. Por ejemplo, muchos hombres piensan que los hijos son problema exclusivo de la esposa y olvidan que la responsabilidad es también de ellos (Ef. 6.4). Al tiempo descubren que sus esposas están agotadas y no tienen energías para ellos. La crianza de los hijos, la administración del dinero, la elaboración de proyectos, el mantenimiento de la casa, la relación con los parientes y aun las pequeñas cosas de la vida diaria, como hacer las compras, pagar un impuesto, servir la mesa, necesitan de la participación de ambos cónyuges.
Así también la esposa, al corresponder a la actitud trabajadora del hombre. Hay mujeres que no quieren aprender a cocinar más económicamente o no cuidan la ropa o la salud de los hijos, sobreviniendo gastos que el hombre no alcanza a cubrir.
EL PERDONAR
El perdón es clave para un matrimonio de éxito. El saber perdonar y soportar las debilidades y carencias elimina bastante de las espinas y rencores que intentan aplastar a la pareja.
Recuerdo una mujer que me tocó tratar por un cuadro depresivo. En la tercer entrevista sacó de su cartera una pequeña libreta, gastada de tanto uso. Visiblemente alterada, la mujer comenzó a leer una por una las cosas negativas que su marido había hecho a lo largo de quince años de casada. El resentimiento hacia su esposo y la incapacidad de perdonar eran la raíz de su depresión.
La comprensión del otro, la valoración y el amor harán posible vivir el perdón en la pareja. Los matrimonios felices han desarrollado la habilidad de pasar por alto las debilidades, de perdonar errores y de soportar carencias. “El que cubre la falta busca amistad, mas el que la divulga aparta al amigo”, dice la Biblia. La gente de afuera cree que son ciegos, sin embargo, y por lo general, detrás de esa “ceguera” hay una actitud de amor, de aceptación y de perdón; han desarrollado ojos que ven y valorizan elementos más transcendentes.
CUANDO DIOS TIENE SU LUGAR
Si bien es cierto que el divorcio existe dentro de nuestras iglesias, el porcentaje es muchísimo más bajo comparado con la población general.
He comprobado que los matrimonios que a menudo leen la Biblia y oran juntos están más capacitados para solucionar los problemas de convivencia, hallar consuelo en el desaliento y renovar el amor que aquellos que no lo hacen.
Un matrimonio nunca llega más alto que cuando están juntos de rodillas. Para que la pareja sea sólida se necesita un buen cimiento que es Jesucristo, y para que crezca, el culto familiar debe estar presente regularmente.
En algunos matrimonios Dios llega a ser un integrante ¡p89más de la pareja; se lo incluye y consulta en todo. Había un matrimonio que practicaba la “oración dialogada” o conversacional. Oraban juntos: primero uno por breves minutos, luego el otro y así sucesivamente. Primero oraban por un tema hasta agotarlo, luego pasaba a otro.